jueves, 30 de abril de 2015

El Banquete



            Agustín Cuore decía que un libro en un estante no es más que un cúmulo de hojas unidas por vaya a saber uno que misterioso pegamento; “sólo es literatura cuando se lo lee”[1]. Con este pensamiento rondando su cabeza se dirigió hasta su biblioteca para buscar un maravilloso libro. Entre tantos lomos reconoció uno color verde que decía: “El Banquete”. Lo tomó entre sus manos, se ubicó en su escritorio personal, y comenzó a leerlo. Y como suele pasarle a todo buen lector se compenetró con la obra. Parecía estar sintiendo la voz de aquellos personajes y cada tanto cerraba los ojos para ilustrarse mejor la escena. Pero de tanto cerrarlos llegó un momento en que no los volvió a abrir: se quedó totalmente dormido. Y tuvo un sueño:

            Era 21 de Septiembre del 2000 y para festejar el día de la primavera se había realizado un Banquete en Buenos Aires. El lugar de reunión fue la casa de Agatón y concurrieron Fedro, Pausanias, Erixímaco, Aristófanes, Sócrates y Agustinóstenes. Por ser el día de la primavera se propuso como tema homenajear al Amor. De esta manera cada uno de los invitados, a su turno, debía improvisar un discurso de alabanza al amor...
Sócrates había finalizado su discurso y Aristófanes se disponía a oponerle algunas objeciones. Pero en ese mismo instante se oyó una voz que provenía del exterior de la casa. La voz era indudablemente de Alcibíades, y al parecer venía con una borrachera que no le permitía mantenerse en pie. Estaba dispuesto a entrar pero Agatón dijo: -Sirvientes, no lo dejen pasar. Antes quisiera escuchar el elogio al Amor que va a realizar nuestro amigo Agustinóstenes.
            Ante semejante expectativa sólo atiné a carraspear, aclararme la voz y comenzar con mi discurso: Amigos -les dije- les pido sepan disculpar mis torpezas intelectuales y sepan captar el mensaje de lo que voy a decirles.
            Comenzaré realizando algunas objeciones al discurso de Aristófanes. Según sus palabras el Amor tendría su origen en el orgullo del hombre, castigado por la envidia de los dioses. Estos habrían colocado al hombre en una situación de impotencia a fin de tenerlo bajo su dominio. La atracción del hombre por la mujer y de la mujer por el hombre sería el fruto de este castigo divino.  –Así es- agregó Aristófanes. –Pues bien- le dije sonriendo, yo propongo demostrarles lo contrario. Pienso que el Amor no es un castigo divino, sino un regalo de Dios. Y no de un dios entre tantos sino del único Dios. Aquel del que se ha dicho: “Dios es Amor”[2]. Como puedes decir eso –interrumpió Sócrates- si recién asentiste al decir que el amor es carencia. Si ese Dios es perfecto no puede ser carencia. Muy buena observación –le repliqué- pero temo que estemos hablando de cosas distintas. ¿Recuerdas aquel diálogo que mantuviste con Fedro a propósito del discurso de Lisias acerca del amor?.
Sócrates: Sí, lo recuerdo perfectamente.
Fedro: Yo también lo recuerdo.
Agustinóstenes: Entonces recordarán aquel viaje que realizan las divinidades, donde contemplan la justicia en sí, la sabiduría en sí, y así todas las esencias.
Sócrates: Exactamente eso había dicho.
Agustinóstenes: Podrías decirme las características de esas esencias o Ideas.
Sócrates: Lamentablemente no está mi discípulo Platón, que es el verdadero “padre” de esa doctrina. Igualmente intentaré decirte las principales características de esas Ideas: son inmutables, perfectas y eternas.
Agustinóstenes: ¿Podríamos decir que la justicia que acaece en este mundo sensible está sujeta a cambio, es imperfecta, temporal y finita?
Sócrates: Sí
Agustinóstenes: En cambio, la Idea de justicia, la justicia en sí que contemplan los dioses en el mundo inteligible, es inmutable, perfecta y eterna.
Sócrates: Así es.
Agustinóstenes: Ahora veamos: el amor que existe en este mundo sensible está sujeto a cambio, es imperfecto, temporal y finito.
Sócrates: Por supuesto.
Agustinóstenes: ¿No crees acaso que la Idea de Amor, aquella de la que participa el amor del mundo sensible, es por lo tanto inmutable, perfecta y eterna?.
Sócrates: Sin lugar a dudas.
Agustinóstenes: ¿Y crees que esta Idea de Amor es carencia?.
Sócrates: No, jamás lo creería.
Agustinóstenes: De la misma manera el Dios del que te hablo es Amor, sin por eso ser carencia.
Fedro: Debo admitir que el método socrático es capaz de persuadir al mismo Sócrates.
Agustinóstenes: Continuaré con mi discurso. Para eso voy a leerles un fragmento de la Biblia:

“Y Dios creó al hombre a su imagen;
lo creó a imagen de Dios[3],
los creó varón y mujer.
Y los bendijo, diciéndoles:
sean fecundos, multiplíquense,
llenen la tierra y sométanla...
Dios miró todo lo que había hecho,
y vio que era muy bueno”[4].

            Lo primero que resalta en oposición al discurso de Aristófanes es la inexistencia de un tercer sexo: “los creó varón y mujer”. Esa creación a imagen de Dios, es Su presencia en los hombres. Y si dijimos que “Dios es Amor”, nosotros participamos de ese Amor. Y no es un castigo divino porque “Dios miró todo lo que había hecho y vio que era muy bueno”. Para terminar de cerrar esta idea, voy a leerles otro fragmento de la Biblia:

“Luego, con la costilla que había sacado del hombre,
el Señor Dios formó una mujer y se la presentó al hombre.
El hombre exclamó:
¡Esta sí que es hueso de mis huesos
y carne de mi carne!...
Por eso el hombre deja a su padre y a su madre
y se une a su mujer, y los dos llegan a ser
una sola carne”[5].

            Como se desprende de este pasaje, el amor entre el hombre y la mujer es querido por Dios. No es un castigo divino, sino una bendición. Según Aristófanes los andróginos eran un solo hombre con los dos sexos, hasta que Zeus los dividió en dos. Para mí, desde el principio hay dos sexos, varón y mujer, pero llegan a ser uno gracias al amor.
            Ahora comentaré algunos pasajes del discurso de Sócrates. Él dijo que “el camino derecho del amor, ya lo siga uno mismo, ya sea guiado por otro, es comenzar por las bellezas de aquí abajo y elevarse hasta la Belleza Suprema...”. Este fragmento me lleva a pensar en mi colega Leopoldias Marechálteles y su obra: Descenso y ascenso del alma por la belleza.
            Allí dice que los gestos del alma son los que le dicta su vocación natural, y este llamado no es otra cosa que la de poseer siempre lo bueno como bien dijo Sócrates. Posesión es sinónimo de reposo de la voluntad, ya que nadie sigue buscando aquello que ya tiene. Además ese bien debe ser concebido como Único, sino el alma iría de un lugar a otro por sentirse insatisfecha, por buscar un bien superior. Se deduce que ese Bien Único no es otro que Dios. Esta vocación del alma no es otra que su destino sobrenatural. Los errores humanos serían las respuestas equivocadas que da el hombre a la vocación de su destino.
            Equivocadamente el alma desciende. Desciende porque la hermosura de las cosas creadas la llama, y la llaman a cierta verdad y cierto bien. Sabemos que esa hermosura, esa verdad y esa bondad les fueron dadas por su Creador. Entre el bien relativo que ofrecen las criaturas y el bien absoluto (Dios) que busca el alma existe una desproporción infinita. Por amar la belleza de la criatura se aparta el hombre de la forma del Creador. Si la forma del hombre es la imagen y semejanza de su Creador, al apartarse del Creador (original) se aparta también de sí mismo (imagen). El amante trata de asemejarse al amado, y tiende a cambiar su forma por la forma del amado, en un abandono de sí mismo por el cual el amante se convierte al amado. Lo superior, por caridad, debe amar lo inferior, y a su vez, las “leyes celestiales” no permiten un “rebajamiento”, entonces ¿qué sucede?. El estilo amoroso de los superiores no consiste sólo en “amar” a los inferiores, sino en “hacerse amar” por ellos. La única forma de hacerse amar, es dándose a conocer. Ahora si el hombre ama las criaturas y reposa en ellas su voluntad no responde al llamado de su alma. Ese hombre se convierte en lo que ama. Como dijo San Agustín: “Si amas tierra, tierra eres; si cielo, cielo eres; si a Dios, Dios eres”. La criatura le ofrece un bien relativo, y al no “llenarse”, el alma sigue buscando otros bienes sin encontrar lo que quiere. Hay que entender que la criatura nos propone una meditación amorosa y no un amor, un comienzo y no un final del viaje. Así como Dios se hace amar por los hombres, el hombre debe hacer de puente para que la criatura retorne a la Unidad; debe ser, para las criaturas, un juez exacto y para eso debe conocerlas verdaderamente. La criatura le muestra al hombre la imagen de la divinidad, y si el hombre no lo ve no es por culpa de las criaturas sino de su intelecto imperfecto. El alma juzgante desciende a las criaturas y las interroga. Las criaturas le responden con la noción de un bien relativo, disperso, efímero y mortal. La desproporción con el Bien divino es inconmensurable. Al revelarnos esa desproporción infinita no hacen sino confirmar nuestra infinita sed. Las criaturas interrogadas amorosamente, nos revelan, no su secreto, sino nuestro secreto.
            Si no se conoce la desproporción amorosa entre las criaturas y su Creador, se sale de cada experiencia con una insatisfacción de sí mismo y con un desengaño de la criatura. Así el alma ve como la tierra va contestándole negativamente a cada reclamo de su amoroso destino. Entonces de convierte en juez de las cosas que lo poseyeron. Como el juez está inmóvil y no desciende a las cosas, ellas ascienden al juez para ser juzgadas. El juez interroga y la criatura responde. Juzga su vocación de amor, y el alma gira sobre sí misma para escucharlo mejor; y al girar sobre sí misma recobra su movimiento propio, el circular. Este llamado, como todo llamado, viene de un Llamador. Si su vocación es de amor infinito, bondad, hermosura, verdad y de un destino final, el Llamador será el Amor, el Bien, la Hermosura, La Verdad y el Fin, y estos atributos sólo corresponden a Dios. Entonces se encuentra a sí mismo, por la vía de la hermosura creada: se ha encontrado a sí mismo, como Amante. Y así es como ha encontrado en sí mismo, junto a la Hermosura Divina, el norte verdadero de su vocación amorosa y la verdadera figura del Amado.
            Hay una frase de mi santo tocayo que dice: “Interrogué a la tierra y me ha respondido: no soy tu Dios. Interrogué al mar, a sus abismos y a los seres animados que allí se mueven y todos me respondieron: no soy tu Dios, búscalo más arriba. Interrogué al cielo, al sol, a la luna y a las estrellas, y me afirmaron: no somos el Dios que buscas”. Esa es la respuesta de las criaturas, decirnos que ellas no son el bien absoluto. A su vez agregan “búscalo más arriba”, y se nos ofrecen como peldaños para llegar al Bien. Nos dicen “somos el llamado, pero no El que llama; somos bellas pero no somos la Belleza que nos creó bellas; somos veraces, pero no somos la Verdad que nos hizo verdaderas; somos buenas, pero no somos la Bondad que nos creó buenas”. Es decir, la criatura nos muestra la imagen del creador.
            El alma se mueve con un triple movimiento: circular, oblicuo y directo. “Por su movimiento circular el alma deja las cosas exteriores y vuelve sobre sí misma y concentra sus facultades intelectuales en las ideas de unidad: encerrada entonces como en un círculo, no es fácil que se extravíe. El oblicuo es movimiento del raciocinio y la deducción, y por él se ilustra el alma en la ciencia divina, no intuitivamente y en la unidad, sino en virtud de operaciones complejas y necesariamente múltiples. El movimiento es directo cuando se vuelve el alma a las cosas exteriores y las utiliza como símbolos compuestos y numerosos, a fin de remontarse, por ellos, a las ideas de unidad”.
J      Circular: El alma gira sobre su vocación, en torno de su anhelo de Bien absoluto.
J      Directo: El alma desciende a las cosas a fin de interrogarlas.
J      Oblicuo: El alma medita la respuesta de las criaturas y la refiere a su vocación.
Los tres movimientos no son separados, se conciben como un solo movimiento circular, directo y oblicuo a la vez. Este triple y único movimiento es el de la línea espiral.
En definitiva, todo amor equivale a una muerte; y no hay arte de amor que no sea un arte de morir. Lo que importa, en verdad, es lo que se pierde o se gana muriendo. Si como vimos anteriormente, posesión es sinónimo de reposo de la voluntad, es muy acertado decirle a Dios que “nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en Ti”[6]. Y como dijo Miguel De Unamuno nosotros tenemos un “apetito de eternidad”. También traigo a colación lo que dijo Sócrates: “hay que añadir al deseo de lo bueno el deseo de la inmortalidad; porque el amor consiste en desear que lo bueno nos pertenezca siempre”. Ese deseo de inmortalidad, apetito de eternidad, o como quieran llamarlo, está inscripto en el corazón de cada hombre. El amor es el puente entre lo mortal y lo inmortal, la muerte y la vida, lo efímero y lo eterno
Como dijo Sócrates, el amor es amor de algo, y de algo que falta. En nuestro caso es amor de Algo, y ese Algo es Dios. Y nos falta. Porque fuimos creados a Su imagen y semejanza, pero no somos dioses (tal había sido la promesa[7] de la serpiente).
            También quisiera exponerles mi teoría acerca de los 4 amores. Primero es importante aclarar que son verbos y no sustantivos o adjetivos. Esto indica, de por sí, el carácter activo del amor. Esta diferenciación la encontré estudiando griego, lengua que ustedes manejan con gran facilidad. Los 4 amores son:
Y    Erao: De aquí se deriva eros. Este verbo se emplea para describir al amor romántico y carnal, siempre en sentido sexual.
Y    Stergo: Este verbo indica el amor familiar, el cariño de la madre por su hijo,  del hijo por su padre, etc. Es ese amor que brota naturalmente de los lazos de parentesco.
Y    Fileo: Expresa el amor de amistad, el afecto cálido y tierno que se siente entre dos amigos. Nosotros, en castellano, lo traducimos por “querer”.
Y    Agapao: De aquí se deriva ágape. Se lo utiliza para el amor de caridad, de benevolencia, de buena voluntad; el amor capaz de dar sin esperar nada a cambio. Es el amor totalmente desinteresado.

Estaba por hablar de la relación entre el arte y el amor, la mujer como musa inspiradora y el petrarquismo, cuando un fuerte ¡ring! sonó en sus oídos (difícilmente hubiese sonado en otra parte de su cuerpo). Su reloj despertador marcaba las siete en punto y el sol ya había asomado por su ventana. El Banquete había terminado, y aunque las copas bebidas fueron ficticias se despertó ebrio de conocimiento y borracho de amor.


[1] Cuore, Agustín; Pensa-miento, Buenos Aires, Inédito, 2000.
[2] 1 Jn 4, 8.
[3] Imago Dei.
[4] Gn 1, 27-31.
[5] Gn 2, 22-24.
[6] San Agustín, Confesiones, Libro I, capítulo I.
[7] “Seréis como dioses” (Gn 3, 5)