domingo, 9 de abril de 2017

¿Para qué sirve la Filosofía? por Darío Sztajnszrajber



¿Qué es eso de Filosofía?. En este posteo haremos una selección de párrafos, frases, de los primeros seis capítulos del libro ¿Para qué sirve la Filosofía? (Pequeño tratado sobre la demolición)” de Darío Sztajnszrajber.
Desde luego se sugiere la lectura del libro completo. O, como para empezar, los primeros capítulos en su totalidad. Toda elección implica renuncias, y esta selección no es la excepción. Se pierde la fluidez del relato, los ejemplos concretos, el hilo de pensamiento. Por eso la invitación es, insistimos, leer el libro. Al que no se anime, le dejamos estos extractos.

Hacer filosofía es una manera de pensar. No hay una única manera de pensar, aunque a lo largo del desarrollo de nuestra cultura se haya impuesto una forma sobre el resto y hayamos siempre asociado la acción del pensamiento a la racionalidad deductiva, lógica, formalmente argumentativa. No hay consensos sobre qué significa pensar cuando pensamos el pensar. No hay consensos sobre nada, en realidad, y mucho menos si se trata del pensamiento; o sea de aquello desde lo cual pensamos todo, incluso, pensamos al mismo pensar. ¿Pero qué es pensar? ¿Cómo podríamos pensar el pensar?...
En principio, diríamos que es una actividad de nuestra mente, pero duplicamos el problema: ¿qué es la mente? ¿Con qué pensamos? ¿Con el cerebro, con las neuronas, con el alma, con la palabra, con la razón? ¿Y qué es la razón? ¿Es algo separado de nuestro cuerpo o es también una acción corporal que no se asume como tal? Lo interesante es que, sea como sea, no hay una única manera de pensar, aunque en nuestra cultura se asocie al pensamiento con la racionalidad. Y con cierto tipo de racionalidad…
Hay otras maneras de pensar. Por ejemplo, cuando buscamos el fundamento de todo partimos de situaciones que se nos presentan en la cotidianidad e intentamos entender su razón, su sentido, su proveniencia, su por qué. Ya no, ¿cómo hace el joven para bajar del colectivo?, sino ¿por qué hay colectivos? Ni, ¿por qué hay colectivos? en el sentido de «hay colectivos porque alguien los fabricó» sino ¿por qué hay colectivos? O sea, ¿para qué? ¿Con qué sentido? ¿Por qué el universo necesitó que hubiera colectivos? Tampoco se trata de pensar que hay colectivos porque la gente necesita transportarse y necesita transportarse porque tiene que llegar temprano al trabajo, y necesita llegar temprano al trabajo para que la sociedad de trabajo funcione y todos cumplan con su rol de modo taxativo y productivo, y unos pocos se llenen los bolsillos de dinero y unos muchos se mueran de hambre trabajando para los pocos; sino ¿por qué nos movemos? ¿Por qué nuestros cuerpos vinieron así? ¿Y por qué hay cuerpos? ¿Y por qué con estas características? ¿Y por qué hay cuando pudo no haber habido nada? Y la respuesta es «No sé». O no se sabe. O nunca se podrá saber. O, es irresoluble. O, no se trata de preguntas que busquen ser respondidas de modo definitivo. Pero igual hay pensamiento. ¿Y de qué tipo de pensamiento se trata? ¿Qué es esta manera de pensar que no resuelve sino que abre? ¿Y para qué sirve abrir? ¿Y por qué todo tiene que servir para algo?...
Está claro que las grandes preguntas existenciales en esencia no han mutado mucho y seguimos preocupados siempre por los mismos temas: el amor, la muerte, la felicidad, el tiempo…
Hacer filosofía es una manera de pensar que privilegia la búsqueda del fundamento. La cotidianidad se nos presenta funcionando a pleno, con todos sus recursos puestos al servicio de que todo funcione. Entro al ascensor, toco el botón y el ascensor sube. Camino por la calle, me cruzo a una persona y la persona no se abalanza sobre mí para asesinarme.
Tengo hambre, como estas galletitas y el hambre cede. Hay causas y efectos. Hay leyes. Hay un funcionamiento efectivo de las cosas. Podemos reconocer las causas de este orden. Podemos explicar por qué llueve, por qué el colectivo anda, por qué nacen los bebés, podemos explicar el funcionamiento de cualquier cosa, y más si se trata de entidades creadas por el ser humano. Es cierto que no podríamos abarcar la totalidad de las explicaciones de todo lo que nos rodea en su funcionamiento efectivo. Por eso damos por supuesto en general su eficacia. Lo damos por obvio. De eso se trata la cotidianidad. No estamos todo el tiempo preguntando por las razones, ya que sino deberíamos poder saberlo todo para luego poseer la confianza y emprender cualquier acción. Pero la cotidianidad necesita de un pacto de confianza y sobre todo de un pacto de olvido. Nos subimos al avión. Comemos lo que viene adentro de la lata. Tomamos la pastilla que nos receta el médico. Cruzamos a la persona por la calle. No podemos saberlo todo, aunque todo debe mostrar sus razones si así fuese solicitado. Esa es la esencia de nuestro pacto que se pone en evidencia cuando lo que tiene que funcionar, no funciona…
Buscar el fundamento de cualquier fenómeno es encontrar una respuesta que explique por qué las cosas son de este modo y no de otro…
Hacer filosofía es colocarse en un lugar de extrañamiento frente a todo lo que nos rodea, frente a todo lo que se nos presenta como obvio. Todos podemos desmarcarnos de lo cotidiano para ingresar en la penumbra del extrañamiento, que no es más que recuperar de alguna manera nuestra capacidad de asombro…
La palabra «obvio» puede entenderse, en latín, como la vía que se me despliega tan enfrente de mí que creo que es la única que existe y por eso la tomo. Algo obvio como aquello que se me presenta como si fuera la única posibilidad y no puedo vislumbrar que hay otros caminos posibles. Lo obvio no incluye la diferencia. La disuelve. Lo obvio no plantea alternativas. Las estigmatiza…
Hay claramente en todas las obviedades un elemento clave: lo obvio no se cuestiona. Es así porque es así, o porque es tan evidente que es así que no tiene sentido y hasta parece una pérdida absoluta de tiempo (otra vez, ¿qué es perder el tiempo? ¿Perderse en el tiempo? ¿Perder una cosa? ¿El tiempo es una cosa? ¿Perder algo propio? ¿Acaso el tiempo nos pertenece?), intentar cuestionar lo incuestionable…
Sin embargo, allí donde abrimos una brecha; allí donde empieza a visualizarse la fisura; allí donde podemos aun preguntar por qué... Allí, algo se mueve: la idea de que estoy pensando porque los hombres piensan nos descoloca. Nos molesta…
Por eso, de lo único que se trata es de colocar la pregunta. La naturaleza de la filosofía, si la hay, tiene más que ver con descubrir la pregunta que con formular certezas…
Preguntar es un ejercicio de desmontaje de aquellas certezas que a lo largo de la historia se instalaron como capas de verdades imponiendo la tiranía de lo obvio. Y cada capa, y cada verdad, y cada certeza, siempre al servicio de otras capas, de otras verdades, de otras certezas, conformando una red que se cierra en sí misma y se impone sin dar lugar a la pregunta…
¿Y si en última instancia de lo que se trata es de comprender que la pregunta filosófica tiene como objetivo el desacomodamiento intensivo de todo lo que hay? ¿Y si hacer filosofía no es más que una manera de dislocar nuestras creencias estables con el fin de mostrar que sobre las cosas puede haber infinitas perspectivas y que ninguna necesariamente es más necesaria que la otra?. La filosofía como análisis de lo obvio no persigue entonces desenmascarar para mostrar el rostro verdadero escondido tras la máscara, sino que es una manera de romper la dicotomía entre realidad y apariencia, entre máscara y rostro. ¿Y si la tarea es el desenmascaramiento del desenmascaramiento del desenmascaramiento del desenmascaramiento, y así infinitamente?...
El buen funcionamiento tranquiliza. Es que en definitiva, ¿qué buscamos? ¿Buscamos la verdad o buscamos que la cosa funcione? O dicho de otro modo: si la cosa funciona, ¿importa qué es la cosa?...
Poner en evidencia que todo es parte de una trama es antes que nada desnaturalizar su significado, relativizarlo. O más que relativizarlo, es desencializarlo, descentrarlo de su obvia conexión esencial con las cosas, mostrar el carácter de constructo de toda esencia…
El desacomodamiento hace que lo obvio pierda su naturalidad y no solo todo nos resulte extraño, sino que, además, todo deje de ser obvio. Pero el desacomodamiento es la base misma de la filosofía, ya que hasta el mismo pensar filosófico implica correrse de las formas comunes en que se piensa y dar un paso al costado…
No es lo mismo la verdad y la utilidad, aunque toda la tradición del pragmatismo filosófico no ha hecho otra cosa que intentar reformular la noción de verdad en términos de conveniencia y para no ser tan duros, de practicidad.
¿Pero cómo suspender la utilidad? ¿No es la utilidad algo esencial a las cosas? ¿Qué sería este paquete de papas fritas si no fuese pensado desde la categoría de utilidad? Mejor primero lo compro. La papa frita es un alimento: sirve para que nos alimentemos. Los alimentos sirven para que nuestros cuerpos sigan vivos. Y, sin embargo, está claro que hemos dejado ya muchos pliegues conceptuales al reducir un producto del capitalismo alimentario a mero compuesto de proteínas. O dicho de otro modo: se podría pensar la alimentación desde otra perspectiva, sin la necesidad de que la comida deba tomar la forma de una papa frita, deba ser empaquetada de este modo, pero sobre todo deba ser solo accesible a aquel que la puede comprar. ¿O tan natural nos parece que la esencia misma de la reproducción de nuestras vidas, el alimento, solo sea accesible a aquel que lo compra? Pero hay algo más. Entendemos qué es una papa frita a partir de un rasgo suyo definitorio: su utilidad. La utilidad es un valor, no es la papa frita, no es la cosa misma. Las cosas entran en relación con los seres humanos a través de valores y nuestra cultura ha erigido en valor casi supremo, o por lo menos, ha naturalizado tanto el valor de la utilidad que ya no lo percibimos como valor, como rasgo. Y lo hacemos parte esencial de las cosas. Suspender el valor de la utilidad, aunque sea desde el pensamiento; poner entre paréntesis este rasgo al pensar el objeto, nos pone de frente con la cosa y nos obliga a buscarle otros sentidos, otras perspectivas. Pero ¿las hay? O mejor dicho, ¿puedo realmente dejar de abordar un objeto sin el valor de lo útil? ¿No está toda nuestra identidad atravesada por este valor? ¿No está la identidad como principio atravesada por este principio?. Se puede operar desde el desmontaje, o para usar por primera vez un término difundido por Derrida, se puede operar desde la deconstrucción. Podemos desnaturalizar lo útil…
Hay una famosa apreciación de Oscar Wilde sobre el carácter inútil del arte: todo arte es completamente inútil. Y la filosofía tiene mucho de arte. Conmueve, moviliza, zamarrea, busca desde la razón exceder a la razón, busca trascendencia. Si la acción filosófica se reduce a la búsqueda de fundamentos que sin embargo se muestran infundados, abismales y cambiantes, ¿no se vuelve la filosofía una tarea profundamente inútil?...
Se interrumpe la obviedad del funcionamiento. Se muestra que aquello que viene funcionando correctamente, o en principio sin fisuras, sin embargo a partir de cierto descolocamiento de sus pilares deja de funcionar. Muestra sus contingencias, su posibilidad de ser otra cosa, su posibilidad de ser de otra manera. Rompe con el criterio básico de la utilidad que consiste en garantizar la ganancia…
¿No es el servicio algo que se da sin nada a cambio? ¿O en el capitalismo el servicio también es una mercancía? Y si es así, ¿no dejaría de ser servicio? ¿Qué es ganar cuando hacemos filosofía? ¿En qué consistiría una ganancia filosófica? ¿En dudar de todo? ¿En pensar que todo puede ser de otro modo? ¿En desenmascarar las tramas de intereses escondidas en toda verdad? Si así fuera, ¿no se convertiría por oposición entonces la filosofía más bien en una pérdida? ¿Una pérdida de tranquilidad, de seguridad, de certidumbre? Es que el problema es otro: ¿nos alcanza conceptualmente el paradigma de la utilidad para explicar la labor de la filosofía? Parecería que no. En filosofía se gana cuando se pierde y se pierde cuando se cree estar ganando. Por eso se sostiene que es un saber inútil. Es un saber inútil porque cuestiona que todo tenga que ser útil, cuestiona el principio de utilidad como valor dominante, naturalizado y normalizador de todos nuestros actos. Es un saber inútil porque a diferencia del resto de los saberes no responde por el cómo sino que pregunta por el qué. No responde, pregunta. Y en la pregunta, interrumpe…
No se puede no hacer cosas útiles porque la utilidad es un valor definitorio de nuestra cultura. Pero se puede cuestionarlo. Descentrarlo. Abrir otras posibilidades de ser. Debilitarlo. Una cosa es el monopolio de lo útil y otra cosa es vivir tratando de que lo útil no nos monopolice la existencia…
Hay un punto en el que tanta vuelta parece no conducir a nada. ¿Para qué perderme en esta estupidez de la utilidad o inutilidad si al final de cuentas pude comer solo porque el aparato volvió a funcionar? Y aunque le hubiera planteado al cajero toda esta disquisición, el paquete de papa frita, como cualquier mercancía, pudo llegar a mí porque lo pagué. Y lo pagué porque tenía plata en mi cuenta de ahorro. Y tenía plata en mi caja de ahorro porque me pagaron el sueldo. Y me pagaron mi salario porque intercambié mi fuerza de trabajo por el dinero con el cual finalmente pude pagar el paquete de papa frita. Y gracias a este consumo el cajero a su vez va a cobrar su salario a fin de mes con parte del dinero con el que yo pagué el paquete de papa frita. O sea que en definitiva, hay una parte de mi fuerza de trabajo que intercambié con parte de la fuerza de trabajo del cajero, que no sé cómo se llama, pero que ambos nos sentimos unidos al intercambiar nuestros cuerpos, o peor, al ser ambos explotados por alguien que en cada caso, nos pagó un salario infinitamente menor a lo que ambos producimos…
Habría que poder justificar cómo llegar de la nutrición como factor fisiológico a esta góndola llena de porquerías, o más bien, de marcas que es en definitiva lo que consumimos… Pero la filosofía nació justamente en la fisura que provoca el que una totalidad se nos presente sin fisuras. Como estas góndolas. Actúan como una totalidad. Todo ocupa el lugar que tiene que ocupar: las etiquetas para adelante, el precio de costado, las galletitas todas juntas, las bebidas en la heladera, las papas fritas por orden de precio. Como una puesta en escena, un gran teatro que se niega a sí mismo, y se nos muestra con una naturalidad incuestionable. Hay todo un orden naturalizado según el cual, cada uno de estos alimentos empaquetados se nos presentan para ser consumidos en estas góndolas…
Tal vez todo se trate de este gesto: no puedo no salir de la utilidad, pero puedo inutilizarla y vivir en la tensión entre lo útil y lo inútil. La misma tensión que irrumpe cuando amo aunque no crea en el absolutismo del amor, o cuando buscamos la verdad aun sabiendo que la verdad no existe. Tensiones, márgenes, cornisas. No se puede salir de lo útil como no se puede birlar a la muerte. Pero se puede debilitarla. Quitarle peso. Mucho de la filosofía se juega en este quitar peso, aunque si sigo comiendo porquerías...